Fibromialgia y depresión: testimonio de María B.

“En mi caso concreto, la depresión y la fibromialgia cursaron en paralelo porque yo tenía depresiones desde que era pequeña: durante una época larga de mi vida sentí abandono, soledad, desesperación…me recuerdo apoyándome en las paredes de las calles día tras día  y yendo y viniendo al “matadero”- el psicólogo- de jueves en jueves para contarle que no podía más. Eso derivó en mi caso en la fibromialgia.”

María (57 años) es una mujer cuyo aspecto de ninguna manera hace sospechar que padezca ninguna enfermedad. Su voz es rotunda y como periodista que es habla con rigor y claridad sobre sus sentimientos y realidad.

María está diagnosticada de fibromialgica desde finales del 98. “Sin embargo, no se puede saber desde cuando padezco fibromialgia porque la sintomatología se va disfrazando. Cuando me diagnosticaron yo me sentía igual que  diez años atrás.”

En su forma de hablar, de expresarse, se nota que ha sido una persona que ha ostentado cargos de responsabilidad. ¿A qué te dedicabas cuando afloró la fibromialgia? “Por entonces era directora de relaciones externas de una importante empresa estatal con bastante responsabilidad. Trabajaba todo el día, fines de semana incluidos, con un nivel de estrés muy alto. Creo que esto pudo influir en que se disparara mi enfermedad.”

¿Cómo fueron los primeros síntomas y cuáles los primeros diagnósticos? “Al principio, padecía dolores que se podían disfrazar con una espondilitis o lumbago. También  descartaron que tuviera el síndrome del túnel carpiano. A veces  me decían que tenía lo primero, otras que era lo segundo o simplemente, debido a los  dolores,  tenía que acudir a un centro de urgencia. La fibromialgia es un dolor musculo esquelético que va cambiándose de sitio, a veces es la espalda, otras las piernas, pueden ser ambas, pero en cualquiera de los casos no te deja andar ni desenvolverte como cuando estás bien. Además pierdes fuerza para hacer determinado tipo de cosas, por ejemplo en fases agudas, peinarte, abrir un tarro, coger unas herramientas,  y sientes un cansancio supino, te levantas por las mañanas como si te hubiera pisado un elefante, y son mucho peor las mañanas que las noches. Ir al trabajo en esa situación es un esfuerzo sobrehumano. El dolor aparece según abres el ojo, pones el pié en el suelo y dices ¡ay, ay, ay!.

Habla clara y sosegadamente sin perder el hilo de la conversación. Yo la escucho con interés, me está abriendo los ojos a un mundo hasta hoy desconocido para mí. “Hasta que me fui sintiendo así, mi vida profesional era un no parar. Tenía una actividad laboral frenética porque me gusta mucho el periodismo. Me movía por todas partes. Era un frenesí. Muchas veces pienso en como a una misma persona le ha podido dar tanto de si el tiempo cuando era joven y ahora sin embargo, hago tres cositas y se me ha ido el día.”

Me has dicho que desde tu punto de vista uno de los detonantes para que la fibromialgia diera la cara fue el estrés de esa responsabilidad profesional, ¿pero hubo algo más?  “Yo creo que si (no lo duda).También la muerte de mis padres, la crisis de una pareja…en definitiva cuando sentí que mi vida se desbarataba desde todos los puntos de vista, entonces fue cuando explote.”

¿Esto quiere decir que piensas que, al menos en tu caso, la enfermedad tuvo un origen psicosomático? “No tengo ninguna duda. Aunque sé que hay casos en los que no lo es y que además hay gente que padece fibromialgia y no quiere establecer ningún vínculo de la enfermedad con un problema mental, yo no tengo ninguna duda de que en mi caso fue así.”

En los años en los que María fue diagnosticada de fibromiálgica esta enfermedad no era tan conocida como lo pueda ser ahora. Confiesa que no había oído hablar de ella pero que sintió alivio al saber que lo que padecía tenía nombre y apellido “saber que existía algo que estaba reconocido fue muy importante porque hasta entonces había momentos en los que tenía la duda de si me lo estaba inventando ¿estaré exagerando?, ¿seré una ñoña?, ¿qué me pasa a mi? eran preguntas que me formulaba constantemente. Y en mi caso con depresiones que iban y venían. Yo sufría un síndrome depresivo de toda la vida que se exacerbaba con los dolores, así es que, se mezclaban los dos tipos de dolor, el psíquico y el físico. Por lo que cuando me dijeron que tenía fibromialgia fue un alivio ¡por fin había claridad!. Los diez años anteriores habían sido un auténtico caos.”

¿Qué información te dio sobre la fibromialgia el médico que te diagnosticó? “Fue un reumatólogo. Lo primero que me dijo fue que era una enfermedad crónica y que había que aprender a vivir con ella, que no era degenerativa y que no era un tema de los que puedan comprometer la vida. Y además de un tratamiento lo que también me proporcionó fueron unas normas de educación para el paciente reumático que me  fueron muy útiles.”

¿Cómo habían sido los diez años de caos que has mencionado? “En el trabajo un horror. Me sentía como un guiñapo. Era la directora de la unidad y me obligaron a dejar constancia de todas las veces que iba a un centro médico de salud porque no se creían lo que me pasaba, los dolores que sufría. Cuando me cansé de aquella situación, vi que tenía un segundo de abordo y le ofrecí mi puesto porque yo ya no podía más. Pasé a ser jefe de prensa. En el gabinete de prensa me encuentro con otra persona que ve que si me han podido sustituir en mi puesto anterior existe la  posibilidad de que ella me pueda sustituir en el de prensa también y me empieza a hacer la vida imposible: pasé de ser la jefa a una situación de hazmerreir.

Cuando las cosas se cuentan de esta manera, sin dramatismos, tratando de aportar datos objetivos aunque parecen sencillas sé que no lo fueron de ninguna manera. Me has hablado de los dolores que provoca la fibromialgia pero ¿con qué otros síntomas da la cara esta enfermedad? “Para mí, lo peor de la fibromialgia no son los dolores, los dolores los llevo con mucha dignidad, para mí lo peor son los problemas cognitivos, en un momento dado no sabes si una palabra se escribe con g o j, con h o sin ella. O hay que hacer una nota de prensa y tiras de compañeros que ya te miran con mala cara porque les tienes que pasar lo que has escrito para ver si tiene o no alguna falta…. Algo que habías sabido hacer ya no lo puedes hacer, NO ERES CAPAZ. La pérdida de memoria inmediata, la desorientación  o quedarte con la mente en blanco son síntomas habituales. Imagínate que te llaman a una reunión y en un momento dado no sabes ni con quien estás hablando… ”

Evidentemente no me lo puedo imaginar. Hacemos una pausa. Pienso que tiene que ser doloroso para María recordar todo este proceso “degenerativo” de su vida laboral. Una persona ambiciosa, profesional, con responsabilidades, eficaz, que ve que todo lo que ha conseguido a base de sudor y lágrimas, y que se le empieza a ir de las manos  porque cada día se encuentra física y mentalmente peor. Continúa sin que le pregunte: “Empecé a tener problemas laborales y  poco después dimití. En aquel momento no pensé que terminaría llegando a pedir y conseguir la incapacidad como así fue.”

Antes de seguir adelante quiero saber más sobre la depresión que María ha reconocido sufrir a lo largo de toda la vida. Ha hablado de ella con absoluta naturalidad y quiero saber si siempre fue así. “Hace años, en un momento dado, di el paso de decir a todo mi entorno (gente con una formación universitaria) que yo tenía un problema mental, lo reivindiqué. Les pregunté si había alguna diferencia entre la cabeza y el hígado  (el que me venga con discriminaciones de ese tipo es idiota) y empecé a decirlo a diestro y siniestro. Hubo quien reaccionó diciendo que verdaderamente yo estaba loca, y quien decía una frase muy recurrente  es que yo no tengo tiempo para deprimirme. Esto último me lo han dicho muchas veces, gente que me quería y apreciaba…”

¿Y antes de dar el paso? “Esta vertiente era secreta en mi vida. Hice una terapia de apoyo, durante 12 años con una mujer que ahora, pasado el tiempo, pienso que ella la necesitaba tanto como yo y aunque para mí fue muy útil porque me dio mucho cariño, no resolvía. De ahí derive a hacer psicoanálisis pero para mí era una tortura, para qué iba a revolver una y otra vez mi vida, salía hecha polvo. Tuve muchas recaídas en mi proceso depresivo, salía de él y volvía a caer y vuelta a buscar una solución…”

¿Y con los médicos? “Iba al psiquiatra, teniendo en cuenta que ir al psiquiatra era un estigma, de hecho a la gente no le dices que vas al psiquiatra. Con ellos era una administración de pastillas por doquier, fármacos que imagino que ya ni existen, se limitaban a medicarme… y aún y así volvía porque no me quedaba más remedio, se suponía que eran los expertos y sabían lo que hacían. Por su parte lo más que recibí durante aquel periodo fue un trato cortés y educado. Para mí, el psiquiatra era la continuación del colegio de las monjas, una cosa severa. Ir a su consulta era un mal trago. Nunca me olvidaré la frase que me soltó un día me atendió el sustituto de mi médico habitual al que le dije que no podía ir a trabajar en el estado en el que me encontraba: señora, o el alta o el manicomio. Nunca lo olvidaré, fue demoledor. En aquel momento no hice nada por el estado en el que me encontraba pero hoy hubiera iniciado acciones judiciales contra éste médico.”

Aunque intuyo que María su lucha la lucha la ha llevado a cabo en solitario, no puedo evitar preguntarle por su familia.  Me mira fijamente antes de contestar no sé si me arrepentiré de haberlo hecho: “Yo creo que mi padre se murió por verme así. Desarrollo un tumor cerebral. Lo he pensado siempre. Él me adoraba. Era muy mayor, yo tenía 39 años y él ochenta cuando murió. Estaba muy orgulloso de mí y era feliz de ver que yo había podido hacer una carrera universitaria. Pero cuando vio que pese a su esfuerzo y el mío todo se cristalizaba en un fracaso personal, en una persona que estaba siempre triste y que no encauzaba su vida, cuando ya me vio tan mal…”

Deja la frase a medias. Lo entiendo, debe ser duro evocar su recuerdo. Se repone y continúa: “Cuando adquirí determinadas responsabilidades lo hice pensando en lo orgullosos que se sentirían de mi, un engaño. Realmente lo hice pensando que les haría muy felices y así fue, pero el pago fue terrible. Y creo que él murió viendo esta deriva mía… Por otra parte, madre que era muy exigente conmigo, siempre me decía ¡hija tú vales mucho, tu puedes más y más…! y nunca le parecía suficiente lo que yo hacía. Murió dos años más tarde escuchándome decir que yo no podía más…que no podía mas con la vida, esa noche le dio un ictus y murió diecisiete días después…”

¡Qué duro! ¿Supieron ellos lo que padecías? “No, porque no quería hacerles sufrir. Del proceso depresivo no les hice partícipes hasta esos últimos días de la vida de mi madre. Ellos nunca supieron de mis consultas a los psiquiatras y terapeutas… en los que pasé mucho tiempo e invertí mucho dinero y de los que lo único que conseguí fue una apoyo para evitar la autolisis…”

¿El suicidio? (trago saliva por los derroteros que va tomando la conversación)

“Si, intento auto lítico (ja, ja ,ja, ríe mientras yo me repongo, lo hace todo tan fácil) se le llama así en la jerga. Es un término con el que terminé familiarizándome…”

Parece una invitación a seguir preguntando sobre el tema. Lo hago. ¿Has protagonizado alguno? “A los 24 años recuerdo que estuve muy, muy cerca de tirarme al metro.”

¿Qué sentías, María? (ha despertado en mi la curiosidad sobre cómo de mal debe sentirse una persona para querer quitarse la vida). “Una depresión tremenda ¡no poder vivir! ¡No poder más!”. Contesta sin rodeos.

¿Profesionalmente a que etapa se corresponde? “Entonces era reportera de un periódico. Y me dio un bajón, dentro de mi síndrome depresivo, que me duró meses, con una tristeza profunda y sin fuerzas para nada, yo lloraba por las esquinas sin dejar de trabajar. En un momento de aquellos yo recuerdo haber estado balanceándome en el borde del andén del metro pero cuando éste llegó, me eché para atrás… después, lo que tuve durante años la imagen de cortarme las venas, esa imagen plástica se me aparecía mucho (lo hace con sus manos)… “

¿Si tal y como me has dicho no buscaste apoyo en tus padres para salir de la depresión cómo lo conseguiste? “A mí me ha salvado que yo considero que no soy una persona tonta y que por genética o por lo que sea he tenido formación para entender, luchar y no doblegarme. Siempre he tenido un instinto de supervivencia, el que evitó por ejemplo que saltara a las vías… y dos circunstancias puntuales: después del primer diagnóstico, para tratar la fibromialgia, aterricé en la consulta de la Doctora Karin Freitag que es la maravilla de las maravillas. Una excelente persona, afable, comprensiva, cercana y que me puso tratamientos que me aliviaban. Además con ella adquirí la certeza de que así no podía seguir y luche hasta conseguir la incapacidad total. Aquello supuso para mí una liberación porque yo tenía claro que ya no podía dar la talla y gracias a la incapacidad y al monte he conseguido sentirme mucho mejor.”

¿El monte? “Si, paseando por el monte me fui despresurizando. Con los paseos fui quitándome presión día a día y eso me fue curando.”

¿Y la segunda circunstancia? “Para la depresión, cuando murió mi madre acudí a un equipo médico que fue un acierto, me dijeron que si en seis meses no me curaban me echaban. A parte de un tratamiento farmacológico me dieron un abordaje cognitivo conductual que fue cuando yo empecé a elaborar que era un compromiso conmigo misma manejar esta enfermedad y salir adelante…”

¿Y ahora? “Ahora, francamente estoy tan bien. Ayer mismo hacía la reflexión de que actualmente soy otra persona”.

Lo dice convencida, feliz de haber ganado la batalla a la depresión y yo lo celebro también. Sé que en esta nueva etapa de su vida, María tiene una vida intelectual y social muy activa. En éste último ámbito fundó un área de fibromialgia en la zona a la que se traslado a vivir: “El apoyo mutuo es muy importante. Hacer entender a los demás lo importante que es manejar la enfermedad. Yo he sido una persona con recursos (culturales, económicos…) pero no todo el mundo lo es. Hay personas en esta asociación en situaciones terribles de verdad, lo mío corregido y aumentado. Yo he tenido mucha suerte, por la educación que recibí, por haber encontrado a la Doctora Karin Freitag…

¿Y quién más está ahí apoyándote? “Algunos amigos, uno en particular que ha vivido todo mi proceso y es como un hermano y que desgraciadamente ahora está bastante enfermo… y mis perros: actualmente Lau y Suso, los dos recogidos, el último un schootis terrier precioso. Yo, en realidad (esta broma siempre la hago, no te engañes) no soy un ser humano ¡soy un setter ingles!”. Reímos con ganas.

 Gracias, María, ha sido una auténtica lección de vida.

Desde la silla de Felipe II, El escorial. Gracias y ¡hasta siempre!

Elene Lizarralde

 

 

0 pensamientos en “Fibromialgia y depresión: testimonio de María B.

  1. Quédate con esta frase tuya: “Ahora, francamente estoy tan bien. Ayer mismo hacía la reflexión de que actualmente soy otra persona”.
    Porque es así, no tienes nada que ver con la persona que yo conocí hace unos años, paseando por la Herrería, que arrastraba una tristeza sobrecogedora. Ha cambiado mucho tu vida y tu entorno, hay mucha gente que te queremos y que te necesitamos, así que adelante. Si te encuentras mal, piensa siempre que en unos días estrás mucho mejor y que solo es un paréntesis. Un abrazo

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.