“No es problema, todo lo contrario, tenemos que quitar las caretas porque esto es lo que hay.” Así me contesta José Francisco cuando le pregunto si quiere que sus nombres aparezcan en la conversación “Si tú me hubieras hecho esta pregunta hace seis años te habría dicho por él (su hijo Iago) que no, pero en este momento a él no le importa y a mí tampoco”. Y es que vamos a hablar sobre ESQUIZOFRENIA PARANOIDE, la enfermedad mental que le fue diagnosticada a Iago, a los 16 años. Una enfermedad mental cuya sola mención provoca el temor de quienes escuchan su nombre. En la familia, sin embargo, provoca pena, tristeza e impotencia por ver sufrir atrozmente a quien la padece, en este caso, un hijo.
En una enfermedad como la esquizofrenia parece que la enfermedad llega de un día para otro pero no es así “Aunque a nosotros nos pareció al principio que había sido de la noche a la mañana, después cuando nos hemos puesto a analizar su vida, nos hemos dado cuenta de que ya antes tenía síntomas. Iago tenía depresiones o decaimientos desde los 7 años, en primavera, navidades… pasaba días en los que no quería salir de casa, no quería ir al colegio… ahora nos lo preguntamos, si ¿pudo ser el origen? Tal vez, no lo sabemos a ciencia cierta, pero pudo ser.
Las depresiones le duraban dos o tres semanas terribles en las que era muy difícil sacarlo de casa y como no íbamos a psicólogos ni cosas así tratábamos de animarlo a través del deporte”.
A continuación me cuenta un momento de la vida de Iago, cuando menos perturbador. “Recuerdo en una ocasión, cuando tenía Iago tenía 8 o 9 años, que tenía un diario en el que no había escrito nada, pero durante una de estas depresiones, en una de las hojas- él no lo sabe, pero nosotros lo leímos en aquellas fechas- apuntó que estaba deseando largarse de este mundo”. José Francisco se emociona al hablar de un suceso que tuvo lugar hace 23 años, y no es para menos. “¡Es terrible! ¿Cómo un niño que era feliz, de la noche a la mañana, podía escribir aquello? A nosotros nos impactaron ver escritas aquellas palabras. Yo recuerdo que a su edad, a los 8 0 9 años me quería comer el mundo y sin embargo, mi hijo, escribió aquello…“me quiero ir de este mundo por lo mal que lo estoy pasando” No me entraba en la cabeza, todavía hoy se me hace terrible. Yo pensaba estará tan mal tan mal… Tú le veías y salvo ese par de semanas era aparentemente feliz”.
Su personalidad y la relación con sus amigos…
Le pido que me describa cómo era Iago “antes de…” “Me cuesta resumir como era mi hijo, podría estar horas hablando de él, pero si te puedo decir que era un chaval alegre, inteligente, aprendía desde muy pequeño con una rapidez inusitada, captaba las cosas al vuelo(habla con pasión, ríe al recordar anécdotas de la niñez de Iago) y luego era también muy emotivo. Le influían tanto las cosas alegres como las tristes, era muy emocional, un chico muy influenciable en ese sentido, le afectaban mucho para bien y para mal, lo bueno y lo malo que había a su alrededor”.
Más adelante, me contará que, en casa, con los padres, Iago podía llegar a tener un carácter muy fuerte.
Sin embargo, con sus amigos era muy buen amigo de sus amigos “Tal vez ellos no fueran así con él, no todos somos iguales, y tal vez no le devolvían a él lo que él les daba a ellos, esa alegría, inteligencia y entrega. Ya desde pequeño venía a casa muchas veces decaído porque Iago consideraba que se habían portado mal con él. Aunque siempre fue entre sus amigos un chico muy respetado. Además era muy perfeccionista, buen estudiante y muy buen jugador de futbol… al no controlar sus emociones él se daba a los demás sin valorar lo que los demás pudieran pensar. Ahora tiene 31 años, su relación con los amigos duró de los 5 a los 16… fue una relación corta”.
El psicólogo…
A los 14 años los problemas de Iago para relacionarse con los amigos se acrecentó. “Lo empezamos a llevar a un psicólogo porque nos dimos cuenta de que cuando salía con amigos a discotecas de esas de niños, él llegaba derrotado, hablaba de que tenía muchos problemas con sus amigos. Llegaba diciendo, quejándose, de que “éste me dijo esto” ”el otro me dijo aquello” como que sus amigos estaban en contra de él o que le querían fastidiar… y sin embargo, cuando nosotros hablábamos con sus compañeros ellos no veían las cosas igual. Lo entendimos como que estaba en la edad del pavo, y como además, seguía con las depresiones anuales, acudimos a un psicólogo para que recondujera aquello. Y aparentemente todo iba bien, tanto desde el punto de vista del psicólogo como el de Iago, al que le veíamos salir bien de las sesiones con el especialista.”
¡A los 16!
Durante la conversación José Francisco se expresa de forma impetuosa, habla rápido y no le faltan adjetivos para describir la vida de su hijo. No ha olvidado, ni lo hará, cada minuto de la vida de Iago antes y después de los 16 años, edad a la que la enfermedad se manifestó como tal.
“A los 16 años si que vino de un día para otro, nunca se nos pasó por la cabeza pensar que, aquello que ocasionalmente le pasaba, pudiera tener más consecuencias. Estando Iago todavía acudiendo al psicólogo, empezamos a notar que cosas extrañas. Por ejemplo, se sentaba en alguna esquina de la casa a hablar él solo y a reírse, unas risas como si estuviera rodeado por un montón de gente, y miraba como si tuviera personas a su alrededor, se ría de verdad. Nosotros le preguntábamos, que qué pasaba y él decía “nada, nada, son cosas mía” pero nuestra irrupción le cambiaba totalmente el gesto y se terminaba la historia”.
Y otro día “Fue en la época de las castañas, octubre o noviembre, él estaba con sus risitas y sus ensimismamientos en los que se ponía música con los cascos. Teníamos una olla con castañas cocidas que a Iago le gustaban y cogió una para comerla y dijo “no me voy a comer esta castaña” y le pregunté que por qué no. Me contesto “estas castañas están envenenadas” Yo le dije que qué decía y él insistió en que no se las podía comer porque estaban envenenadas y además “¡las castañas las has envenenado tú!” Yo no le dije nada más y lo dejé marchar, pero aquella frase, con aquella agresividad, hizo que se me cayera el mundo encima porque yo ya había oído hablar de las paranoias de la gente esquizofrénica e incluso de joven había conocido a una chica que había terminado en el psiquiátrico con los mismo síntomas que hacía que desconfiara de todos.
José Francisco y su mujer, se alertaron a raíz de aquel incidente. Si bien es verdad que se extrañaban de que el psicólogo no se hubiera dado cuenta de lo que estaba pasando. “El ensañamiento ocurre mucho en las personas esquizofrénicas, lo dirigen normalmente hacia una persona, y en este caso el malo de esta casa desde su punto de vista era yo. Mi mujer no, tampoco su hermano o su abuelo, pero si yo. Te lo cuento tal y como lo decía él. Mi mujer estaba muy preocupada, primero con lo de las risas a lo que yo trataba de quitar importancia, y después con lo de las castañas, que esto sí que fue definitivo, ahí nos dimos cuenta de que nuestro hijo se estaba yendo hacia otro lado”.
Iago se comportaba con normalidad con su madre, y ésta, en lugar de tratar de reconducirlo y tratar de que entrara en razón, lo que hubiera hecho que también se volviera contra ella, lograba su complicidad, con lo que a ella le decía que “papa es un cabrón” “está en contra de mi” “a papa lo voy a matar, voy a coger un cuchillo y se lo voy a meter…” José Francisco es rotundo “Nunca olvidaré el famoso día de las castañas”.
Al día siguiente, José Francisco y su mujer hablaron con los amigos de Iago. Y su mejor amigo les dijo que hacía dos semanas que cuando Iago estaba con el grupo, se apartaba, se sentaba y muy ensimismado se reía solo. “Era fin de semana y decidimos que yo me mantuviera al margen, no provocarle, para no alterarlo y que no pasara cualquier cosa mientras tratábamos de llegar a hablar con el psicólogo. Cuando fuimos al psicólogo, creo que solos, y le contamos lo que estaba pasando, al chico también se le vino el mundo encima, se asustó y nos dijo que a Iago había que tratarlo de otra forma. Confesó que él no se había dado cuenta, que con él era un chico normal, sin ningún síntoma de los que le estábamos contando. Nos aconsejó que fuéramos a un psiquiatra con el que él colaboraba.”
En el psiquiatra…
Al cabo de dos días fueron al psiquiatra “Un psiquiatra que debió de tratar muchos temas de depresión o incluso neuronales pero hoy te digo que no había tratado hasta entonces ningún enfermo esquizofrénico porque después de examinar a Iago le diagnosticó una neurosis asesina. Le dio una medicación, le mando para casa y nos dio cita para dos semanas después”.
Según José Francisco, Iago entonces tenía dos personalidades “Por eso ni el psicólogo ni el psiquiatra se dieron cuenta se dio cuenta, con ello, como con sus amigos, salvando lo de las risas, Iago era normal. Y sin embargo, conmigo, era de una agresividad bestial.”
Dos días después de haber estado en el psiquiatra volvieron las amenazas “Hacía ademan de ir al cajón donde guardamos los cuchillos e ir a acuchillarme y me decía “te meto un cuchillazo que te abro de arriba abajo”. A mí el pobre chaval me la tenía tomada en ese momento, con nadie más se comportaba de aquella manera. Llamamos al psiquiatra, le dijimos que Iago seguía como siempre, él nos dijo que la medicación tardaba en hacer efecto. Le pedí un tranquilizante para que no pasara nada. Le conté lo de los cuchillos y me dijo que él no podía hacer nada más. Imagino que nunca tuvo un caso como este.” Decidieron esperar a que la medicación hiciera su efecto, y también que José Francisco se mantuviera bien al margen para que su hijo no se sintiera amenazado.
Pero siguieron sucediendo cosas. “Al día siguiente de hablar con el psiquiatra Iago puso un equipo de música que tenemos con muchísima potencia a todo volumen. Lo observamos a través del cristal de la puerta del salón y él no hacía sino reírse con la música a tope, entramos y le tuve que decir que bajara el volumen, que se escuchaba desde la calle. Y su respuesta fue que el volumen no le llegaba “pero que estás diciendo del puñetero volumen, si no lo escucho a penas nada”… le pedimos que al menos se pusiera unos auriculares, se los puso, cerramos la puerta y lo dejamos. Era de locos que él no pudiera oír un volumen que como le dijimos se oía desde la calle.” Empezaron a pensar que tendría que tomar algún tipo de decisión.
Miedo a su propio hijo…
“Como sabíamos que no estaba bien, teníamos miedo, miedo de que en medio de la noche se levantara y cogiera el cuchillo e hiciera cualquier cosa, aquel no era nuestro hijo, era una persona incontrolada en ese momento, y si hacía algo le echarían la culpa a él… de la forma en la que estaba podía acuchillarme, aquella persona no era Iago…”
Al fin de semana siguiente Iago salió con sus amigos “Porque aunque conmigo tenía aquella personalidad agresiva, con los demás era normal. Salió a una discoteca a la que iban a las 6 de la tarde, a unos catorce kilómetros de casa. Pero hacia las ocho de la tarde nos llamó un amigo suyo diciéndonos que le había dado el arrebato y que se había vuelto para casa andando. Fuimos a buscarlo a la carretera y nos lo encontramos casi llegando ya a casa, caminando por la orilla de la carretera. Venía con una cara de enfadado que no veas, de esto que cualquier cosa que le dijéramos nos saltaba encima. Solo nos atrevimos a preguntarle una vez que qué le había pasado y nos dijo, ¡callaros la boca! y lo hicimos. No nos atrevimos a decir nada más. En casa, volvimos a preguntarle y de nuevo nos amenazó con que si no nos callábamos nos haría cualquier cosa…
IAGO por fin pidió ayuda… el diagnóstico definitivo…
El domingo, como no podíamos ir a ninguna consulta, fuimos a casa de mi madre para apartarlo un poco de sus amigos. Al fin y al cabo ellos solo le notaban algo raro y pensábamos que todavía podría ponerse bien y no queríamos que se distanciaran. Coincidió con un primo que tiene la misma edad que lo notó raro. Pasamos unas tres horas en casa de mi madre y ya de vuelta en el coche le preguntamos que qué tal le había ido, y nos contestó “Estoy hasta la hostia de todo, estoy hasta la hostia de lo que tengo en la cabeza, ayudarme a quitarme de la cabeza las cosas que tengo en la cabeza… llevarme a un psiquiatra o a donde queráis pero quitarme esto de la cabeza”. Aquello fue indescriptible. Así es que como cerca de casa había un psiquiátrico privado nos acercamos, serían ya las once de la noche, no podíamos volver a casa con Iago en aquel estado. Pero era domingo y no tenían servicio de urgencias y nos dijeron que volviéramos el lunes.”
Y aunque Iago estaba un poco más tranquilo pidieron a un buen amigo con el que su hijo se llevaba que pasara la coche con ellos. Era fuerte y el matrimonio tenía miedo. Pero pasaron la noche tranquilos, y el lunes, a primera hora de la tarde estaban en la consulta del psiquiátrico. “Iago se quedó en la sala de espera mientras le contábamos al psiquiatra todo lo que sucedía. Después le hizo pasar a Iago y cuando le preguntó que qué tal, Iago le contestó que todo bien, como si no pasara nada, cuando el día anterior él mismo había pedido ayuda. El médico le comentó que nosotros le habíamos dicho que le estaban pasando cosas, pero Iago insistió en que no pasaba nada, que no tenía importancia. Pero a mí me impresionó cuando el psiquiatra le preguntó si tenía voces en su cabeza que le estaban diciendo vente para aquí o para allá o vamos hacer esto o aquello. Y me acuerdo perfectamente que Iago contestón “SI, si, por supuesto, pero hace tiempo”… “uno me dice cosas, otro me hace reír…” Yo estaba impresionado de ver como se entendían mi hijo y el psiquiatra. Cómo Iago no tenía inconveniente en contarle lo que le decían las voces, y cómo el psiquiatra sabía entenderse con él mientras lo apuntaba todo. A los diez minutos, el psiquiatra nos dijo que lo que tenía nuestro hijo era una esquizofrenia y que aunque tenía que valorar en qué grado la tenía, los síntomas eran claros. Nos ofreció dos alternativas: mandarlo a casa con medicación o ingresarlo. No te puedes imaginar cómo nos sentimos. Pero no queríamos volver a casa con él, nos daba miedo… así es que definitivamente le pedimos que quedara ingresado”. Imagino que nunca después José Francisco y su mujer han tenido que tomar una decisión más difícil. “A todo esto Iago estaba escuchando mientras el médico también nos explicaba lo que teníamos que hacer para ir a verle al psiquiátrico. Iago escuchaba con una sonrisa mientras mi mujer lloraba y nos dijo “¿pero me vais a dejar aquí, en este hospital?”. A José Francisco le cuesta seguir hablando recordando aquel momento. Hacemos una pausa, pero cuando retomamos la conversación me dice justificándose “Teníamos auténtico pánico de lo que pudiera hacer en casa… le prescribieron Haloperidol, como íbamos a llevarlo así para casa… y con todo el dolor de nuestro corazón lo dejamos ingresado.”
Un ingreso que se prolongó dos meses. José Francisco sospecha que podrían haberle dado el alta antes pero como lo pagaba el seguro escolar, el hospital no tuvo prisa. Aunque reconoce que el hecho de estar tanto tiempo tampoco lo perjudicó. Insiste en que todo se desarrollo de forma rápida “Entre el episodio de las castañas y la petición de ayuda de Iago solo pasaron 10 días” durante los cuales siguió acudiendo al colegio, desde el que nunca llegó queja alguna.
Por otra parte, cuando lo ingresaron en el psiquiátrico a sus amigos y familiares, les dijeron que estaba en casa de su abuela pasando una de las depresiones a las que ya estaban acostumbrados “Nosotros teníamos que proteger su intimidad. Si Iago volvía a ser el de antes, debíamos facilitarle el camino para seguir con su vida y amigos de siempre. Y debía ser él, al salir del psiquiátrico quien decidiera lo que querría decir.”
Nada volvió a ser igual…
“El psiquiatra nos dijo que era una enfermedad incurable y que tendría que medicarse toda la vida. Nos aconsejó que estuviera en “movimiento” mental y físico permanentemente, el sillón lo justo. Si se podía integrar a su vida anterior mejor y si no, debíamos inventarle otra vida, una vida en movimiento”. A Iago se le dijo también todo menos el nombre de la enfermedad.
“Cuando volvió a casa todos le recibieron con los brazos abiertos. Nosotros estábamos ilusionados en que volviera a su vida anterior: al futbol, a los amigos, a los estudios… Pero a las dos semanas nos dimos cuenta de que las cosas no iban a ser tan fáciles. Empezaron los problemas.”
Ni con los amigos…
José Francisco reconoce que sintieron cierta incertidumbre por la vuelta a casa de Iago pero que cuando su hijo volvió del hospital era una persona tranquila, calmada y controlada. “Sin embargo, al intentar incorporarse con los amigos es que ya no era él tampoco así, olvidaba cosas, y los amigos se daban cuenta… y empezaron a hacerle feos, a hacerle el vacío sin que él se diera cuenta. Sin embargo, yo sí y me daba cuenta que aquello iba a ser muy difícil”.
Ni en el fútbol…
Tampoco en su reincorporación al equipo de futbol en el que siempre fue considerado uno de los mejores jugadores fue fácil “Estaba tan cargado de medicación que solo podía jugar durante diez o quince minutos. Él se daba cuenta y nosotros le decíamos que no lo dejara que se acostumbraría pero terminó dejándolo…”
Ni en los estudios…
En el colegio lo apuntamos a formación profesional para prepararse como soldador “Fue una experiencia negativa. Por la medicación le costaba mucho memorizar las cosas escritas. Y en las prácticas, era muy torpe… así es que lo dejó a mitad de curso.”
Todos los esfuerzos por integrar a Iago en su vida anterior después del ingreso fueron inútiles. “Él estaba muy aplanado como causa de la medicación, lo que por otra parte evitaba que no fuera consciente de los desprecios de los demás, de los que sí éramos conscientes su madre y yo”.
Desde entonces la vida de los padres de Iago ha consistido en buscar un “sitio” para su hijo.
LA VIDA DE IAGO EN LA ACTUALIDAD…
Hoy en día Iago trabaja, una vez por semana, en el jardín botánico de la ciudad, integrado en un grupo de discapacitados. Juega al fútbol en un equipo también de discapacitados mentales, con los que José Francisco cree que no se integra bien, aunque reconoce que lo quieren mucho. Y ha empezado a estudiar un grado de turismo on line “Pero cualquier cosa hace que lo deje durante tres semanas y que no se siente en el ordenador… y será así también en el futuro”. Porque el estado de ánimo de Iago es como una noria, a veces está bien y otras mal “El día que está mal, todos estamos mal, pero sabemos que el día siguiente será diferente y que nos volveremos a adecuar. Esta semana o la que viene hay conatos de cabreos incluso con gritos y al día siguiente ya pasó todo. Hay picos de mucho stress, pero luego pasa y sabemos que será así durante mucho tiempo en el futuro también… son agarradas que se tienen solo con personas que tienen la enfermedad de Iago”. Según José Francisco dichos conatos con la prueba fehaciente de que la enfermedad de Iago, esquizofrenia paranoide, sigue estando ahí pese a la medicación “Su desconfianza y su agresividad, sigue saliendo, rebosando… y muchas veces termina con lloros por parte de todos, también de él que se da cuenta. La medicación no logra controlarlo del todo”.
Por cuestiones de traslado del especialista han tenido que cambiar en un par de ocasiones de psiquiatra para Iago “Con el que estamos en la actualidad es excepcional, pero aunque está probando una nueva medicación ésta no le está funcionando a pesar de que al principio parecía que sí. Es un medicamento con el que Iago tiene que someterse a unos controles exhaustivos, y no tenemos más alternativas cara al futuro… ¿Qué vamos a hacer? seguir luchando, seguir “moviéndolo”… no hay otra salida. Y esperar que con la edad, la enfermedad, le deje vivir un poco mejor, otra solución no hay.”
La familia es hoy el único y verdadero entorno social de Iago. A diario y los fines de semana en los que también con su prima y sus tíos sale a tomar unas cañas. Cómo dice su padre, los amigos duraron poco y confiesa “Nosotros siempre tuvimos la confianza de que volviera a ser el de antes. Todavía hoy, después de que han pasado ya 16 años del diagnóstico, aún sueño con que me levantaré mañana y volveré a ver a aquel Iago”.
Yo sabía poco o nada sobre la esquizofrenia paranoide hasta conocer a José Francisco y la historia de Iago. Sabía a través de las noticias, de las películas, las novelas… pero ésta es una historia real y cercana. La vida de un chico que pudo haber sido jugador de fútbol profesional y que hoy, en cambio, trata de sobrevivir a las dificultades que la propia enfermedad impone no solo a él sino también a su familia. Esta es una circunstancia en la que nos podríamos ver involucrados cualquiera de nosotros. De ser así ¿cómo nos gustaría que nos trataran?
¡Gracias José Francisco por acercarnos a una nueva realidad y hasta siempre!