El miedo y la soledad irrumpen en el hogar cuando los médicos anuncian que la muerte es ineludible e inminente para el enfermo.
Llegados a este punto, tras años de lucha y múltiples ingresos – mi marido padecía un epoc severo y enfisema pulmonar- decidimos no volver al hospital y recurrir a los equipos de cuidados paliativos.
Con ellos nos sentimos acompañados y el miedo, aunque no desapareció, compartido fue «menos miedo».