Cuando esta semana me enteré de que Carmen había fallecido pensé en dos personas: su madre, sobre la que me había dicho «Es una mujer fuerte, de mayor quiero ser como ella» y de su hija «El día de su nacimiento fue el día más feliz de mi vida». Sé que para Carmen, mereció la pena cada minuto de lucha y de vida por ellas.
Carmen padecía hemosiderosis pulmonar idiopática, una enfermedad rara que la acompañó a lo largo de su vida y contra la que luchó desde que tenía 4 años. El diagnóstico, que llegó cuando ya era una persona adulta, hubiera supuesto el final de sus ilusiones y esperanzas de no haber sido una mujer difícil de doblegar. De hecho, vivió mucho más de lo que los médicos habían vaticinado y pese a que sus crisis y recaídas eran constantes e ineludibles. Carmen sabía que después de una, vendría otra, pero entre tanto vivía «Para mi la vida lo es todo».
Y me confesó «Siempre me he sentido como el Ave Fénix que vuelve a resurgir de sus cenizas». Estoy convencida de que lo has hecho esta vez también en el corazón de quienes te quieren. ¡Hasta siempre, amiga!
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